espero y te sirva
Aunque nada tiene que ver con la Navidad ni con Jesús, la Hanuca judía o "fiestas de las luminarias" ha adquirido en nuestros días un cierto parecido a esta tradicional fiesta del cristianismo.
La Hanuca, que inicia la noche del 25 de diciembre y dura ocho días, significa literalmente "inauguración" o "dedicación" porque narra la épica de un grupo de zelotes sacerdotales judíos en el siglo II antes de Cristo (a.C) que se alzó contra el Imperio griego.
La historia de esta fiesta es pues la épica lucha de independencia de los bíblicos israelitas contra los seleúcidas de Antíoco IV, contienda que concluyó en diciembre del año 165 antes de Cristo con la consagración del Templo de Jerusalén a Yaveh.
Los judíos habían reconstruido su templo unos siglos antes al regresar del exilio en Babilonia, y Alejandro Magno, al ocupar Judea, decidió preservar sus derechos religiosos.
Porque, según la leyenda, en sus sueños antes de salir a cada batalla había visionado a un anciano sabio que acabó encontrando en Jerusalén, Simón el Justo.
Pero la magnanimidad de Alejandro Magno concluyó a su muerte y al dividirse el Imperio griego y los judíos quedaron bajo el dominio, primero de los ptolomeos y, después, de los seleúcidas.
Fue Antíoco IV Epifanes (el divino) quien profanó y saqueó el templo de Jerusalén, colocó en su interior la imagen de Zeus y suspendió el derecho a practicar costumbres tan arraigadas como el descanso sabático o la circuncisión.
Debido a que en sus escudos aparecía la palabra hebrea "MaCaBi", acrónimo de la proclama de fe "Quién es como Tú, Dios?", los rebeldes pasaron a llamarse "macabeos", hoy nombre de numerosos movimientos juveniles judíos por todo el mundo.
Tras su victoria, los macabeos dedicaron de nuevo el templo de Jerusalén a su Dios, pero no encontraron más que una pequeña porción de aceite puro para encender el candelabro de siete brazos o "Menorá" que había en su interior.
La tradición cuenta que la porción duró milagrosamente para ocho días -el tiempo necesario para producir más aceite-, lo que explica la duración de la fiesta y la tradición de encender a diario una nueva vela, de forma acumulativa y hasta completar las ocho.
Dado que se trataba de una lucha contra la opresión externa, la fiesta de Hanucá se celebraba en la antigüedad como una fiesta nacionalista, pero siglos después, durante la compilación del Talmud, pasaría a tomar el carácter de una fiesta religiosa.
"Algunos explican que se debió a que en la posterior rebelión contra los romanos en el siglo I, con la destrucción del Templo de Jerusalén por segunda vez, los soldados romanos buscaban cualquier documento que oliera a rebelión", dijo el periodista judío Eli Levy.
Agregó que "por esta razón los sabios judíos de la época la transmitieron como fiesta religiosa y así ha pasado a nuestros días, más como un milagro divino que como un simple episodio histórico de la rebelión de un pueblo contra otro".
Y como fiesta religiosa, su coincidencia con la Navidad y el exilio de los judíos hasta el siglo XX, hizo que ciertas costumbres se entremezclaran, más allá de que numerosos líderes occidentales las celebren conjuntamente como símbolo de cohesión y tolerancia.
Es así como los niños judíos, sobre todo fuera de Israel, no reciben dinero, según su propia tradición, sino regalos como en Navidad.
Esto en un intento de muchos padres judíos de que jueguen con ellos como el resto de los niños que los reciben de Santa Claus o de Reyes Magos. En su caso, el "generoso benefactor" no podía ser otro más que "los macabeos", los legendarios zelotes del siglo II a.C.
Otra similitud es el uso de elementos navideños como nieve, cotillón, luces, bolas o serpentina, para adornar el entorno familiar, con la única diferencia de que en lugar del árbol habrá un candelabro de ocho brazo o "hanukia".
Al igual que el árbol, que en muchas casas puede verse desde la calle, también la "hanukía" suele colocarse cerca de las ventanas, a fin de que el viandante pueda verla desde afuera y recordar el milagro que ocurrió a sus antepasados bíblicos.
La mezcla de elementos de una y otra fiesta es aún más común en los hogares judíos en los que no se guardan las estrictas leyes ortodoxas de la alimentación (la "casherut"), y en las que no es extraño hallar productos navideños típicos según cada país.
También son típicas en una y otra religión las producciones y espectáculos infantiles, ya que tanto la Navidad como la Hanucá, a pesar de sus elementos espirituales, se han convertido con el correr de los siglos en el patrimonio de los más pequeños.
Así que si en la Plaza del Pesebre de Belén brilla estos días un árbol navideño para recordar la Natividad, no lejos de allí, en Jerusalén, brilla una gigantesca "hanukía" para recordar a los macabeos.
Una simbiosis ésta que no debe extrañar si se tiene en cuenta que Jesús fue judío y que, como tal, seguramente también celebraba la fiesta de Hanucá.