Hannucah o Januca es el nombre de la pascua judia.
Janucá empieza el 25 del mes hebreo de Kislev y dura 8 días. En esta fiesta se conmemora la victoria de Judá, el Macabeo, y sus seguidores sobre las fuerzas del tirano sirio Antíoco Epifanes, y la rededicación del Templo de Jerusalén que los sirios habían profanado. En Janucá celebramos algo más que una simple victoria militar sobre un poder exterior que intentó aniquilar el judaísmo. La amenaza para el judaísmo era tanto interna como externa. La asimilación a la cultura helenística era tan grande que ciertos elementos en la sociedad judía intentaron asimilarse completamente, ser acceptados como ciudadanos griegos y participar en la cultura griega a expensas de su propia cultura judía. La resistencia de los Macabeos y sus aliados a los intentos forzados de asimilación preservaron el judaísmo. La historia de Janucá es la eterna lucha del pueblo por seguir siendo judíos en un mundo no-judío.
Para celebrar su victoria y la rededicación del Templo, los Macabeos proclamaron una fiesta de ocho días que debía ser observado cada año.1 De acuerdo a la leyenda talmúdica, cuando los Asmoneos conquistaron el Templo y lo santificaron, sólo les fue posible encontrar una sola jarra de aceite que aún tuviera el precinto del Gran Sacerdote, que contenía la cantidad de aciete suficiente para mantener encendida la menorá durante un sólo día. Pero, como nos cuenta la historia, ocurrió un milagro, y el aceite que había en esa jarrita ardió durante ocho días.2
La novena noche, con la menorá completamente encendida, se ha convertido en un símbolo tanto de nuestra resistencia física, como nuestra resistencia espiritual a la tiranía y a la asimilación.3 La tradición judía ha preservado este doble aspecto de la resistencia. El heroico triunfo macabeo está sopesado por las palabras del profeta Zacarías: No por mi fuerza, ni por mi poder, sino por mi Espíritu -dice el Señor- (4,6).4